sábado, 10 de diciembre de 2011

Los árboles de mi vida

LOS ARBOLES DE MI VIDA
Avanza septiembre y el olor penetrante e inconfundible de las rugosas hojas de mis higueras, repletas de jugosos higos almibarados, trae a mi memoria el recuerdo de aquella otra a la que tantas veces trepé, unas  sintiéndome perseguida por imaginarios bandidos y otras buscando el refugio y la paz tras las agotadoras batallas que mis primos y yo librábamos  en aquellos largos y cálidos veranos de nuestra infancia. ¡Niños, no os arriméis al pozo! Nos gritaba amorosamente mi tía Esperanza cuando corríamos por aquel huerto inmenso a mis ojos de niña, lleno de caminitos entre los sembrados primorosos de mi abuelo, como laberintos que nos conducían a lugares mágicos y a través de los cuales, yo siempre encontraba la aventura soñada. Aquél pozo estaba situado cerca de la higuera, y me atraía como un imán. No me atrevía a acercarme y respetaba la prohibición, no tanto por obediencia sinó por el miedo que me inspiraba su sombría profundidad. Subida en sus ramas y al amparo de las olorosas hojas, contemplaba la tapadera de latón que cubría aquella sima prohibida convertida para mí en un insondable misterio, hasta que llegaba mi tía y destapando el agujero, lanzaba al vacío una cadena a cuyo extremo tenía atado un pequeño calderito.  El ruido de los eslabones al resbalar por el borde de aquel abismo, hacía que mis ojos se abrieran como platos a la espera de que algún ser misterioso despertara de su sueño en el fondo del pozo y subiera dentro del caldero dispuesto a acabar con todas nosotras. Hasta que el pequeño recipiente asomaba por completo y entonces me convencía de que el monstruo maligno no era sino agua cristalina y fresca con la que calmar la sed producida por mi calenturienta imaginación. Muchas tardes, durante la siesta en el ruidoso y fresco colchón de hojas de panoja, cuando los rayos del sol al filtrarse por las rendijas de aquellas contraventanas de madera me despertaban del sueño reparador de la media tarde, miraba  las diminutas partículas doradas que flotaban entre los haces de luz y entonces soñaba despierta con hadas y duendecillos y ¡cómo no! siempre era yo la princesa que cabalgaba con los rubios cabellos flotando al viento por aquellos caminos de oro. Después, me sentaba con mis primos a la sombra de la higuera, y mientras mis tías y mi abuela Leonor cosían o desgranaban las panojas, nos contaban increíbles historias que unas veces nos hacían revolcar por el suelo de la risa, y otras morirnos de miedo, cuando trataban de fantasmas o difuntos. Merendábamos pan con aceite y azúcar, higos, manzanas o mermelada de membrillo, y agua, agua fresca del pozo que mi tía nos servía en un gran "tanque" de porcelana blanca dentro del cual, al inclinarme para beber, aún veo reflejadas como en un espejo, mis trenzas, mi carita tostada por el sol de la huerta y mis ojos soñadores, llenos de conmovedora inocencia. La sombra de aquella higuera de tan acogedoras ramas, de tan dulces frutos, fue durante muchos años testigo de las vivencias de aquél hogar de mis abuelos, y sentada también a sus pies, muchos años antes, la más dulce de las madres meció entre sus brazos al hijo deseado, primer fruto de su eterno y apasionado amor, y mientras le susurraba amorosas canciones de cuna  inclinando sobre él su adorada cabeza, empezaba ya a soñar que con el tiempo, una princesita de largos y rubios cabellos cabalgaría por entre aquellos caminos de oro formados por los rayos de sol, al atravesar las frondosas hojas de aquella higuera.      Maribel

Parbayón 21 de Septiembre 2006   A la Higuera de Monte

1 comentario:

Marta dijo...

Mi querida tía. Desde siempre te recuerdo contando historias. A simple vista eso puede parecer muy fácil pero contigo es especial; cuando cuentas algo, si se escucha atentamente, consigues que el oyente entre a formar parte de la historia hasta el punto de que sientes que estuviste allí en aquel momento. Si no transmites magia, ilusión, energía y pasión por lo que haces, por muy técnicamente sublime y original que sea tu historia, a la gente profana no le va a llegar nada. Creo que tú siempre lo has logrado, al menos conmigo. Te quiero.