sábado, 24 de diciembre de 2011

Ojos de Cristal Marrón

OJOS DE CRISTAL MARRON

Ya he llegado al futuro. Yo, que no quería crecer, que no quería hacerme  mayor, ni deseaba ponerme los zapatos de tacón de mi mamá, como las otras niñas que ansiaban dejar de serlo y convertirse de repente en mocitas presumidas. Siempre he sido un poco la versión niña de Peter Pan, he volado más de la cuenta en las alas de la imaginación, debe ser que fui muy feliz en mi infancia y siempre me he resistido a perderla. De hecho, creo que nunca la perdí del todo, pues sigo siendo en algunas cosas, muy parecida a la niña que fui.
Uno de los primeros recuerdos que tengo en la memoria de aquella infancia mía, es el de un día de Reyes y una muñeca de pelo rizado y rubio, con falda de fieltro rojo, delantal negro de seda con un pequeño borde de puntilla, blusa blanca y corpiño de paño negro. Era una muñeca vestida de pasiega, como supe después. Lo primero que sentí al verla, fue casi un poco de miedo, pues era tan alta como yo, y me miraba muy fijamente, con sus grandes y redondos ojos de cristal marrón. Debajo de la falda roja, llevaba una saya con puntillas, unas medias blancas y unos zapatitos negros, aunque lo que más me gustó de ella, fue el cestuco de mimbre forrado de tela blanca que llevaba en la espalda, sobre el corpiño  sujeto con dos tirantes, y del cual sobresalía la cabeza de un muñequín vestido con un faldón y tapado con una colchita roja, con sábana y todo. Todo en aquella muñeca resultaba primoroso. La conservé muchos años, la amé con ternura, la fui dejando atrás en altura, y poco a poco se fue volviendo tan viejecilla, que aquellos profundos ojos de cristal marrón perdieron el brillo y hasta su pelo, aquella rubia y rizosa cabellera que fue lo primero que ví aquella mañana de reyes de mi primera infancia, se fue deshaciendo con el tiempo. Muchos, muchos años después, cuando mi larga y duradera inocencia se abrió a la realidad, supe el porqué de la delicadeza que desprendía todo en aquella muñeca, el primor de aquel delantalito de seda con puntillas, aquella sabanita del cuévano, su blusita, las medias, aquellas largas pestañas, los zapatitos de charol, los coloretes de aquellas mejillas inolvidables, el color de sus ojos. Todo ello, era la obra artesanal y llena de amor de unos reyes magos que quitando horas al sueño noche tras noche, mientras yo dormía y soñaba con la noche mágica, iban transformando una destartalada y vieja muñeca sin ojos ni dientes, comprada por unas pocas monedas a un trapero, en la más bella y complaciente compañera de juegos que su niña soñadora pudiera imaginar.
Es mi primer recuerdo de un día de Reyes, mi pasieguca querida, la veo como si la tuviera delante, y me imagino las hermosas manos de mi padre, manos del artista que fue, poniendo en aquella boca los dientecillos de papel tan blancos y perfectos, pintando aquellas uñitas, confeccionando su negros zapatitos con trozos de charol, rellenando el vacío de los ojos, colocando dentro de ellos unas cuentas de brillante color marrón y cómo no,  las manos adoradas de mi madre, cosiendo las ropitas a la luz de la bombilla con toda su paciencia y amor, y me les imagino a los dos mirándose durante la tarea, disfrutando a cada paso, unidos como siempre y trabajando sin descanso, para que la noche del cinco de enero los Reyes Magos de Oriente, trajeran la muñeca soñada a aquella afortunada niña que fui.                             
                        Maribel        Parbayón, 18 de Marzo de 2008
                                                                                             

1 comentario:

Olga dijo...

Maravilloso relato con el que me siento muy identificada. Yo tampoco quise nunca hacerme mayor, me resistía a crecer, quizás porque, cómo bien dices, me resistía a dejar atrás una infancia durante la cual me sentía tan feliz. Ambas hemos sido "Petras Pans"!!! jeje